En ese nosotros, se encuentra la preocupación de que nos “roben” lo que tanto nos ha “costado” conseguir, que vengan en masa por “nuestros” privilegios, como si existiera una misma dignidad unificada en Chile, como si por un momento las desigualdades que incluso algunas de esas mismas cuentas denuncian desaparecieran y describieran un país que no existe más que en el mundo de Twitter. Recordemos que en Chile más del 50% gana menos de $ 400.000.
La prensa ha titulado como “Crisis migratoria” al conflicto que se ha estado viviendo en los últimos días en el norte del país. Justo ahí donde las fronteras se encuentran y emerge la diferencia entre el “nosotros” y los “otros”. La crisis como emergencia implica un momento, un corte en el tiempo donde suceden rupturas, giros y cambios abruptos. Se le dice “crisis”, como si de un momento a otro hubiese explotado un problema social, perdiendo de vista la trazabilidad de estos problemas asociados a la pobreza y desigualdad global, que lleva a las personas a moverse de sus raíces a otros lugares.
Observemos las justificaciones e interacciones que ocurren en Twitter sobre la migración, específicamente con el hashtag #NoMásMigrantes. Perfiles comunes que comparten la bandera chilena, el escudo nacional, “próceres de la patria” en sus fotos de perfil y/o en sus nombres, implicando ya el límite identitario de la nacionalidad, distinción que empieza y termina en las fronteras. Fronteras que, según los propios textos de Twitter, son vulneradas permanentemente.
Se refuerza la idea de recuperar la frontera como zanja, como muro, como protección frente a lo “bárbaro” que viene desde afuera. Una otredad invisibilizada en su dolor, en sus condiciones y en su humanidad propiamente tal. Todo esto, permitido y probabilizado por discursos nacionales de superioridad de los que estamos a este lado de la frontera frente a los que están del otro, especialmente si no responden a categorías propias que hemos construido, que por momentos parecen imaginadas. Categorías que evocan esta necesidad de reconocerse lejos de la “negritud”.
En ese nosotros, se encuentra la preocupación de que nos “roben” lo que tanto nos ha “costado” conseguir, que vengan en masa por “nuestros” privilegios, como si existiera una misma dignidad unificada en Chile, como si por un momento las desigualdades que incluso algunas de esas mismas cuentas denuncian desaparecieran y describieran un país que no existe más que en el mundo de Twitter. Recordemos que en Chile más del 50% gana menos de $ 400.000.
“¿Cuál es el gasto social que nos implican?”, se preguntan en Twitter. Y continúan: “los colombianos traen la droga”, “los peruanos son feos”, “los haitianos son flojos”… Luego me pregunto: ¿y “nosotros”, los “chilenos”, cómo somos? En lo no dicho, pareciera que el chileno/a es justo lo contrario a lo que se denuncia… No hay mención a condiciones estructurales, no hay mención a la pobreza o precariedad como condición que moviliza a buscar posibilidades. Incluso se castiga la movilidad asociándola a pasividad (“lo más fácil es arrancar a Chile”, invisibilizando el esfuerzo que implica cruzar el desierto a pie, sin comida y sin agua. Se les acusa de tomar el camino fácil, arrancar al paraíso chileno.
Ahora bien, según lo leído en ese Twitter, ¿de quién es la responsabilidad de lo que está pasando? Una y otra vez es mencionada “la izquierda”, tanto chilena como latinoamericana. Es mencionada Bachelet, casi haciendo alegoría al famoso “Soa Bachelé haga algo”. La culpa es del Apruebo, la culpa es de la nueva Constitución, la culpa es del Frente Amplio y de la Nueva Mayoría, la culpa es de Piñera que traicionó a su partido político originario, o que le falta “ponerse los pantalones”, fundiéndose la herencia colonial y patriarcal en pocos tuits. Finalmente, subjetividades contextuales fundidas en valores heredados de los diversos procesos de dominación históricos.
Para cerrar, unos de los tuits e interacciones referían a la ola de migrantes como la nueva ola que reemplaza al Covid. Sin embargo, para su pesar, es una ola que no tiene vacuna posible, frente a la cual no hay muros que la contenga. Una ola que les recuerda la miseria y precariedad de las vidas en su propio país, que les permite refugiarse en el mito de un “nosotros” que da consuelo y permite embriagarse mirando afuera lo que no se quiere ver adentro.
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