Días difíciles se viven hoy entre las filas de muchos movimientos sociales y organizaciones populares tras los resultados electorales de noviembre. Difíciles por esta doble sensación que se percibe en el aire de frustración y de miedo. Frustración, al ver que este no es el escenario político que imaginamos tener postrevuelta de octubre; y miedo, porque la ultraderecha crece y eso siempre implica un peligro para nuestras comunidades.

A esos dos sentimientos, yo les sumaría decepción. Una que crece al ver cómo la segunda vuelta de la elección presidencial que se nos viene vuelve a repetir el guión -añejo- que soportamos treinta años: la famosa “MalMenor-cracia” que construyó el duopolio político derecha-concertación, sobre todo desde la disputa entre Lagos y Lavín en la segunda vuelta de 1999. Una nueva versión de este guión que cambió solo de personajes, dejándonos con la opción de un socialdemócrata Boric y un ultraderechista Kast.

A pesar de lo anterior, muchas organizaciones populares -entre ellas, diversas asambleas territoriales-, han decidido entrar al juego electoral con una apuesta a primera vista extraña: no llamar a votar por Boric, pero si a no hacerlo por Kast. Más que una sutileza, corresponde a una postura política muy concreta: hay que frenar la llegada de la ultraderecha al gobierno y, en este momento, la única herramienta legal y a corto plazo con la que se cuenta es salir a votar por el candidato de Apruebo Dignidad. Simplemente, no quedan más opciones, si es que no queremos ver a nuestras comunidades sometidas a una profundización de la pérdida de derechos sociales y a las violaciones a sus derechos humanos, siniestra tarea que Piñera comenzó, pero que Kast profundizaría de ganar esta elección.

Si le parece contradictorio que organizaciones hijas de la revuelta entren en esta criticada trampa de la “MalMenor-cracia”, los párrafos siguientes pueden clarificar esta apuesta política.

En términos de clases sociales, todo tiende a la permanencia

Es sabido que para los movimientos sociales y las organizaciones populares los cambios de administración en el aparato del Estado no son importantes si no se traducen en cambios en la correlación de fuerzas al interior de ese mismo Estado. Acá, el escenario es poco esperanzador. Primero, porque de ganar Kast, la composición de clase de ese Estado se mantendrá intacta, resguardada militarmente por el mayor poder que se le otorgará a Carabineros y las FF.AA. Segundo, porque de ganar Boric, nada asegura una plebeyización del Estado, ya que su discurso se ha reducido paulatinamente a ofrecer administrar de manera eficaz y eficiente un modelo ya desgastado. A fin de cuentas, la promesa de Boric es llevar a cabo -¡al fin!- las agendas políticas que la Concertación prometió por treinta años y jamás cumplió. Su programa no incluye un cambio radical en las formas en que la sociedad civil pueda participar de las decisiones que se toman desde el Estado, ni menos se han propuesto mecanismos que permitan cambiar la composición de clases de éste (como sí lo logró la Convención Constitucional a través de su sistema de votación).

Por si eso fuese poco, las ciencias sociales críticas han sido majaderas en señalar que nuestro modelo de democracia representativa que se instaló desde 1990 es excluyente. Dicho en fácil: que de democrático tiene bien poco. La poca porosidad de nuestra institucionalidad hace que las demandas y propuestas que surgen desde abajo no puedan pasar por el colador institucional (y constitucional) que filtra nuestros sueños y hace que quienes dicen representarnos lleven treinta años separándose progresivamente de la sociedad civil en general y de las clases populares en particular. Es por ello que, esas mismas ciencias sociales terminaron utilizando la categoría de “clase política” para referirse al duopolio derecha-concertación, tratando de definir y explicar este funcionamiento corporativo que mostraron los militantes de estos partidos políticos por treinta años. Sin embargo, la categoría es algo imprecisa ya que no significa que exista una nueva clase social que esté compuesta sólo por los militantes de este duopolio, sino más bien que esta clase sería un segmento de la élite que se profesionalizó en ser la vocería, la agencia de relaciones públicas y, en algunos casos, simples empleados del empresariado (“raspado de olla mediante”, como diría Moreira). En síntesis: son parte de la élite y cumplen con la función de representar políticamente a esa clase social más amplia. Eso explica el ranking de frases que salen de sus bocas y que abofetean en la cara a las clases populares por su desconexión con sus problemáticas cotidianas, frases que previo al 18 de octubre se decían a diario pero que hoy vuelven a repetirse sin filtros (como lo dicho por Santelices, vocera de Kast, señalando que el costo de una vivienda en Chile es de diez millones de pesos). No son errores, es la expresión de la distancia experiencial entre clases sociales.

Desde abajo y desde fuera se construyen otras formas de democracia

Sin embargo, desde abajo y desde fuera se han ido creando otras formas de organización. Porque seamos claros: si las clases populares (y algunas franjas progresistas de la clase media) hemos participado en este modelo de democracia representativa ha sido porque nos hemos autoconvocado a participar y hemos generado grietas en su modelo restringido. Esto porque el modelo de “participación” de los de arriba, centrado en el voto y la petición (y, a lo sumo, a una que otra OIRS -Oficina de Información, Reclamos y Sugerencias), nunca ha sido suficiente acá abajo. Por eso no es extraño que el asambleísmo se venga multiplicando por el país las últimas dos décadas: así funcionan las organizaciones estudiantiles de base (sobre todo desde el nacimiento de la ACES el 2001), así se han coordinado los levantamientos territoriales más importantes de los últimos años (Magallanes el 2011, Aysén el 2012, Freirina desde el 2012, Chiloé el 2016), así se organizaron los barrios populares urbanos post 18 de octubre.

Dicho de otra forma: lo que está en juego post revuelta son dos formas de participación, una restringida y una ampliada. Y es complejo el ciclo político que se viene si la opción presidencial de la ultraderecha pretende restringir aún más la primera y clausurar la segunda y la que corre por la izquierda no se hace cargo de esto, ignorando en su campaña la forma popular de participación, desesperado por conseguir el voto del centro conservador.

¿Votar por Boric o votar contra Kast?

Todo lo dicho hasta ahora sería una interesante disputa política para resolver si supiéramos que el candidato de Apruebo Dignidad tiene asegurado el triunfo. En ese caso, el debate desde abajo estaría en analizar los canales que tenemos para desbordar los estrechos márgenes de participación que se nos dan y multiplicar los que ya tenemos por fuera -un “desde, contra y más allá del Estado”-. Sin embargo, el escenario hoy es muy diferente: es Kast el que lleva la delantera, con altísimas posibilidades de ganar la segunda vuelta. Esto fue lo que abrió un debate inédito en muchas organizaciones de base “octubristas”: ¿cómo frenamos el avance de la ultraderecha?

Si su respuesta es votando, y solo votando, dudo que lo que venga le cause gracia, porque eso lo que hace es solo darle tiempo a la derecha para una mejor articulación. Sin embargo, el no votar y abrir con ello la puerta a que la ultraderecha sea gobierno es un peligro demasiado alto que, sabemos, lo pagarán principalmente las, les y los de abajo.

Por ello, no es casual ni una distinción bizantina el que muchas asambleas territoriales de Santiago, hijas de la revuelta de octubre, hayan sido explícitas en declarar que -contrario a lo que se podría asumir según el discurso de estas organizaciones- harán campaña electoral estos días, pero no serán campañas llamando a votar por el abanderado frenteamplista, sino convocando a frenar a la ultraderecha. No es una sutileza, es consecuencia. No es un acomodo, es ocupar todas las herramientas disponibles para que nuestras comunidades (en particular, las mujeres, las disidencias sexuales, las personas migrantes) no tengan que salir a la calle con miedo por lo que esa ultraderecha de clase alta pueda hacerles desde el aparato del Estado, y para defenderles también de los ataques que vienen de la ultraderecha de base, esos “Sebastián Izquierdo” que con esta elección han sacado a relucir su odio a las calles de nuestros barrios y poblaciones, y que debemos frenar. Por esto, el 19 de diciembre, el voto será una herramienta que, aunque no nos ha traído ninguna alegría importante estos últimos treinta años, puede darnos tiempo para la rearticulación popular frente al avance general de la derecha.

Qué encrucijada más agria, ¿no? Porque la responsabilidad de haber llegado a este punto tiene mucho que ver con la apuesta política -errada, para nosotres- del sujeto a quien debemos darle el apoyo. Fue su incapacidad de dar un golpe de timón, de confiar en el pueblo en octubre y en la revuelta, y sus esfuerzos de unir a la vieja clase política en un renovado “Partido del Orden” el que nos tiene ahora en este cierre por arriba de la revuelta popular más importante desde Dictadura, que se ve coronado por esta nueva variante de la “MalMenor-cracia”, donde una de las opciones es la versión más extrema de la derecha en los últimos treinta años (ese monstruo al que no enfrentaron -al contrario, se encerraron a negociar con él-) y que hoy es primera mayoría presidencial. Porque una cosa es clara, de ganar Boric no se derrota a la ultraderecha -en su extraña mutación neofascista pero neoliberal-, solo se le frena en su llegada al Estado, pero su escalada en los medios de comunicación, en el poder económico, en su inserción en nuestros barrios y poblaciones seguirá igual.

Por eso, que sepa el Frente Amplio y el mismo Boric que los votos que vendrán desde muchas organizaciones populares no son para él, sino para frenar a la ultraderecha. Que sepa que el ir a votar el 19 por él -y con ello validar esta democracia restringida que defienden- es solo por el amor a nuestras comunidades, que nos hace “agachar el moño” con tal de no ver a nuestra gente con miedo a perder derechos básicos, a la persecución y al hostigamiento, como ha ocurrido en los casos de EEUU y Brasil donde símiles a José Kast han llegado al poder ejecutivo.

Que sepa Boric que nada está olvidado. Que la memoria social popular -nuestro principal patrimonio- archiva cada imagen a fuego, y ahí están las postales donde aparece sentado firmando (a título personal, sin su partido) el acuerdo que salvó al gobierno del violador de DD.HH. Sebastián Piñera, ahí está la postal donde aparece aprobando en general una ley represiva en el momento de mayor algidez de nuestra capacidad de movilización o las postales de estos días, haciéndole guiños a la DC o a Parisi. Todas esas postales están archivadas y serán cobradas en el futuro próximo.

Que sepa que, por lo mismo, que nuestros votos no son cheques en blanco a un conglomerado que, hasta ahora, solo ha venido a refrescar al desgastado Partido del Orden. Que recuerde que seremos oposición a ambas alternativas: si gana Kast, una oposición que buscará defender la vida de les, las y los nuestros. Si gana Boric, una oposición a su modelo de aggiornamento de esta democracia representativa sin pueblo.

Que sepa Apruebo Dignidad y su candidato que nuestros votos no son un respaldo a su gestión -parlamentaria y constituyente- ya que hemos visto como han sido incapaces de frenar con decisión la escalada represiva que nos tuvo cientos de días en toque de queda y que tiene hoy al Wallmapu militarizado.

¿Y qué hacer el 20 de diciembre? Seguir organizando(nos)

Para bien o para mal, la elección pasará y los movimientos sociales y organizaciones populares volveremos a nuestro trabajo territorial cotidiano. Y aquellas orgánicas que apostamos a construir más allá de la institucionalidad -las denominadas “octubristas” y de las que me siento parte, como uno más-  volveremos, en apariencia, a nuestro trabajo invisible a los ojos del poder de los de arriba. Pero si le interesa saber en qué estaremos (y a lo que le invitamos a co-construir) le comparto un par de puntos.

Por acá abajo, buscaremos seguir profundizando los modelos de democracia directa que hacemos carne día a día, ese donde llegamos a acuerdos en vez de votar, ese donde las vocerías se renuevan y rinden cuentas al grupo, ese donde el “primer mandatario” es el primer mandado. Seguiremos autoconvocándonos a esta forma de participación con incidencia, para que estas formas de vivir crezcan y se transformen en alternativa viable. Para salir a disputarle a la derecha y al Frente Amplio el sentido común de lo que es participar (y, en el fondo, lo que es el poder popular). Para que la revuelta de octubre haya tenido sentido y razón.

Por acá abajo, seguiremos construyendo comunidad y buen vivir, a punta de lucha, autodefensa, solidaridad y educación popular. Vías concretas para enfrentar el avance de la derecha en todas sus formas (liberal, nacionalista, fascista) y de los socialdemócratas que se vistan de izquierda.

Daniel Fauré Polloni

Historiador Social y Educador Popular. Académico de la Universidad de Santiago de Chile. Integrante de la Asamblea Territorial Villas Unidas – Ñuñoa y del Preuniversitario Popular de La Legua.

Publicado en:

https://www.agenciadenoticias.org/un-voto-para-boric-o-para-frenar-a-la-ultraderecha/

https://prensaopal.cl/2021/12/08/un-voto-para-boric-o-para-frenar-a-la-ultraderecha/